En unas horas, apenas cinco, dejaré, después de cuatro meses, El Perú, como dicen acá. Me voy sin haber visto el norte, perdiéndome las bodegas de Ica o el oasis de Huancachina. Sin conocer el Amazonas o la selva baja del norte. Me quedan tantas cosas por recorrer que necesitaría una vida para poder disfrutar de este país como se merece.
Sin embargo, me voy con la retina llena de Arequipa, ciudad blanca colonial, cuna de Vargas Llosa, donde la gente es diferente y se respira historia y orgullo. Con tres días de caminata por el Cañón del Colca, 1200 m de desnivel a las 4 y media de la mañana, donde los cóndores casi te tocan y una mami nos ofreció la mejor miel del mundo. Con la vuelta al colegio y la posibilidad de ayudar a alguna niña a que el inglés deje de ser una pesadilla y sea algo interesante. Y descubrir nuevos sitios en el pueblo donde he pasado casi tres meses. Y volver a pasear por las ruinas increíbles del Valle Sagrado, esta vez, acompañada. Y conocer a una burgalesa, vecina, y compartir una botella de vino con ella. Con un viaje por el olvidado centro del país, ese que no aparece en las guías. Y pasar casi 16 horas de viaje para hacer apenas 500 kms. Y quererme quedar en Ayacucho, ciudad que rivaliza con Cusco en belleza, cuna de Sendero Luminoso, donde se me pusieron los pelos como escarpias en el pequeño museo de la memoria ("para que no vuelva a pasar", es su lema). O Huancavelica, ciudad donde la gente mima al turista que se aventura a llegar hasta ella. Con paisajes a casi 5000 m de altitud donde la nieve te rodea y no puedes sino imaginarte lo dura que tiene que ser la vida para la gente que vive en los pueblecitos que salpican el camino. Con el olor del abuelo que comparte taxi contigo, y con su historia. Con alpacas con "pendientes" de lana o lazo, tradición ancestral que se mantiene desde Santiago Apostol hasta finales de agosto y que hace que todos los animales estén "guapos". Con ese paisano que te tira de la manga y te invita a cerveza y a bailar sin parar cuando pasas por su pueblo, compartiendo contigo el último día de celebración de Santiago, fiesta que dura un mes. Y con ese viaje en tren un tren que sale una vez al mes y que es el culpable de que haya seguido esa ruta, y no otra.
Plaza de Armas, Arequipa |
Pero sobre todo me voy con el corazón lleno de personas amables y trabajadorass. Personas que han estado presentes desde que llegué o que me he cruzado por el camino en mercados, cafeterías, autobuses, en la calle, con las que he cambiado cuatro palabras o una larga charla sobre las cosas más insospechadas. Personas que trabajan de sol a sol, de lunes a domingo. Mamis que miran al infinito en medio de la nada, pastoreando a su rebaño o pensando en vete tú a saber qué. Niños a la espalda, en los mercados, con su uniforme y su gorrito para evitar quemaduras bajo el sol ardiente a más de 3000 m de altitud.