8 de mayo de 2016

Bizcocho de piña

Hace milenios que no paso por aquí. Pero esta mañana he rescatado una receta, y como el blog se ha convertido en mi recetario particular, pues he decidido pasarla. Además, si alguno se anima, que sepa que está muy buena. La aprendí hace ya unos años en las clases de Edu. La he tuneado un poco, pero en esencia, es la misma.
¡Qué disfrutéis! :)


Ingredientes
- 6 rodajas de piña al natural
- 4 huevos
- 250 g de azúcar moreno
- 130 ml de jugo de la piña (1/2 vaso; 12 cucharadas soperas)
- 100 grs de mantequilla blandita (pomada) o 100 grs de aceite de girasol
- 250 g de harina (yo esta vez he usado de espelta y de avena mezcladas :))
- 1 sobre de levadura química tipo royal
- Molde de 24 a 28 cms

Elaboración

- Untamos el molde con mantequilla o aceite y azúcar moreno
- Colocamos los aros de piña escurridos (o secados con un papel de cocina) repartidos por el fondo. Reservamos uno para después.
- Precalentamos el horno a 180ºC.
- En un bol, mezclamos el azúcar con la mantequilla en pomada. Añadimos los huevos uno a uno. Añadimos el jugo de piña y la rodaja que quedaba partida en trocitos. Mezclamos todo bien.
- En otro bol, mezclamos la harina con la levadura.
- Añadimos poco a poco la harina sobre la mezcla líquida hasta que desaparezca (yo mezclo con una espátula).
- Metemos al horno durante mínimo 40 minutos. Si tenéis posibilidad de poner con aire, mejor.
- Si se os tuesta mucho la parte de arriba, podéis apagarla o poner un papel albal encima para que no se queme.
- A los cuarenta minutos, pinchar con una aguja.Si sale limpia, ya está hecho. A mi me tarda unos 50 porque no tengo aire (el aire hace que seque más rápido el exceso de humedad que le da la piña a la masa).
- Desmoldar en caliente dándolo la vuelta para que la piña quede arriba. El azúcar formará una capa crujiente sobre la piña. Si no os ha quedado (como me ha pasado a mi esta vez), tenéis que echar más cantidad.

Espero que os guste y ¡que estéis bien!

21 de agosto de 2015

A las afueras del mundo, de Jesús Gil Vilda

El libro me llegó con una nota que me tocó el corazón, de una de esas personas que entraron en mi vida para quedarse, aunque nos veamos muy raras veces y estemos años sin saber el uno del otro.

Me costó cogerlo y decidirme a abrirlo, en un momento en el que tengo seis libros empezados y no soy capaz de acabar ninguno. Como me pasa hace ya unos años.

Sin embargo, desde la primera página, desde el primer párrafo, la magia, esa magia que consiguen tan pocos autores, de arrastrarte a su mundo y formar parte de él, se apoderó de mí. Tanto, que en la página 16 le envié un mensaje que decía más o menos "ya estoy enganchada".

Dos días después, sus 300 páginas habían sido devoradas sin descanso, haciéndome enamorarme, llorar, sufrir, odiar, arrastrarme por un túnel, volver a Londres, disfrutar aprendiendo historia y ciencia... vivir una vida paralela (y sin embargo tan posiblemente actual) a través de sus páginas cargadas de crítica social y realidades tan cercanas que a veces se nos escapan. Barbaridades que normalizamos y nos narcotizan. Manipulaciones orquestadas que es más fácil no ver.

Podría escribir horas sobre la trama, la maestría con la que maneja las escenas y los personajes, tan reales y miserables como grandiosos, las frases maestras por ser verdades que sólo pueden salir de las entrañas de quien las ha sentido alguna vez, pero prefiero no contaros nada. Sólo recomendaros su lectura, y cuando lo hagáis, pediros que quedemos a tomar un café, o un vino, aunque sea cibernético, y sólo entonces hablar y debatir sobre todo lo que os inspire, como me hubiera encantado hacer hoy con mi amigo, en lugar de reducirlo a unos mensajes escritos. Maldito teletransporte.

Estoy convencida de que si Jesús fuera americano, y no español, su novela sería un bestseller y acabaría convertida en una gran película. Ojalá suceda.

Mientras, releeré "A las a fueras del mundo", y soñaré con conocer al autor, compartir un vino y poder decirle que me enganchó antes de que la página estuviera numerada con su" Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres" (San Juan de la Cruz).

16 de agosto de 2015

Puestas de sol

Volvemos hacia casa después de un café y un momento dulce. Con su pelo rubio recogido en un moño y la barba del color de su piel tostada por el sol, canta al viento, sin miedo, con energía, guitarra en mano, funda en el suelo donde brillan monedas doradas que no le llegarán para comer, o quizá sí. Las miro, me cruzo con su mirada sin poder evitar una sonrisa. Se cruza con la mía sin parar de cantar y sonríe también él con su frescura veinteañera y sus ojos llenos de paisajes y puestas de sol. No llevo monedas, sé que lo sabe y sigo caminando. Dos pasos después me vuelvo de nuevo y me resuenan sus palabras en el corazón, lo miro a los ojos otra vez más y mientras sigo caminando lo veo sonreirme en la distancia, con una sonrisa sincera, cantando para mí, reconociendo quizá también en mis ojos, los paisajes y las puestas de sol acumuladas.
Y admiro su juventud y valentía. Y deseo encontrármelo un par de horas más tarde y escuchar su historia, compartir un momento y atesorarlo, guardarlo en el rincón de los momentos que te hacen amar la vida.
Y deseo, por primera vez desde la vuelta a casa, soltar el miedo, recomenzar ruta y seguir acumulando canciones, paisajes, gentes y puestas de sol.

5 de abril de 2015

Al norte...

Todavía en el sur, me llega la propuesta de unirme a un par de días de caminata por el monte en el norte de Burgos. Aunque no sé si estaré cansada, digo que sí. Tengo ganas de monte y seguro que la compañía es especial. 

Viajamos en un día de primavera donde el sol nos acompaña por carreteras secundarias. Y nuestras mentes vuelven al Camino, hace tantos años, entre colinas verdes de trigo peinado por el viento, solitarios árboles mecidos por el viento y alguna nube despistada que corre hacia ninguna parte.

Oña es como volver a casa, a una casa poco visitada y que a mis ojos se les antoja nueva. Su antiguo psiquiátrico, su torreón, sus calles estrechas, sus montañas que encajonan y que guardan secretos antiguos que no quedaron plasmados en los libros.

Y pasear significa subir y bajar, una y otra vez. Pararnos a observar una pequeña flor, un haya nacido entre las rocas, un madroño, una "planta" que deja de serlo para convertirse en un nombre latino que ya he olvidado. Tumbarnos sobre la hierba. Sentirla en nuestros pies. Saltar intentando esa foto que nunca sale. Reír. Tanto. Y cantar. Y bailar. Bailar como que no hubiera mañana. Hablar de lo humano y lo divino. Esperar a que una mariposa decida seguir su vuelo. Observar una babosa besar a una luciérnaga. Escuchar un carpintero y el rumor del viento. Sentirnos en la cima del mundo. Pincharnos entre la maleza. Buscar tejos milenarios sin éxito. Compartir una bota de vino. Una siesta con la mejor vista. Un silencio sonreído. Y prados de violetas, porque son las flores preferidas de uno de nosotros. Y celdas de eremitas junto a un río, donde los pétalos de un almendro te rozan la cara al caer y se te eriza la piel. La llamada justa en el momento justo. Una cerveza. Una buena cena. Y otro baile de despedida.

Apenas día y medio que hace que me re-enamore de mi tierra. De estos paisajes tan cercanos que me hacen volar tan lejos. Y pensar en toda esa gente que va llenando poco a poco mi vida y mi corazón.
Gracias, chicos, por dos días maravillosos. 



1 de abril de 2015

Y el año se fue...

Hoy hace un año que salí de casa con la mochila al hombro, comenzando un sueño pensado durante muchos años. Iba con las ideas fijas, con una sonrisa de oreja a oreja y dando todo por sentado. Sabía qué quería hacer y dónde iba a acabar. Pero nada ha sido como yo tenía planeado. Nada. Absolutamente.

No ha sido precioso, ha sido mejor. Mejor de lo que nunca hubiera soñado. Un año donde he aprendido a no planificar y a dejarme llevar. Lleno de gente maravillosa, de momentos mágicos, de experiencias únicas. Donde se me ha puesto la piel de gallina por un paisaje, una palabra, una caricia, una flor y he llorado de risa a cada rato. Donde he vuelto a ver el lado bueno de las cosas y he crecido por dentro, aprendiendo tanto.

Me he sentido y me siento afortunada cada mañana cuando me despierta el amanecer, escucho una canción, recibo un saludo, huelo el aire que me rodea o siento el viento que roza mi cara. Soy feliz. Me siento llena y hacía tanto que no lo sentía así que hoy mis líneas son para agradecer.

Agradecer al mundo y a cada uno de vosotros que se ha cruzado y se cruza en mi camino. Todos y cada uno hacéis que mi vida sea rica e intensa. De todos aprendo siempre algo. Gracias. Gracias por vuestro tiempo, vuestra paciencia conmigo, vuestras sonrisas y vuestros abrazos. Por estar ahí siempre o solo un rato. Por entrar y salir de mi vida. Por quedaros.

Mi año no acaba aquí. Acaba de empezar. Así lo siento y así me gustaría hacéroslo sentir. Ojalá que también el vuestro. Deseo que vuestros días sean felices, cada uno de ellos y que empiecen y acaben con una sonrisa y un pensamiento positivo.

Buen día a todos. Nos seguimos sintiendo. En la cercanía o en la lejanía. Siempre. :)

11 de marzo de 2015

Y de nuevo el Sur

Lo sé. Tengo el blog abandonado. Empecé a escribiros en Indonesia. Volví a intentarlo cuando salté a Malasia y más tarde al regresar a casa. Pero por una cosa o por otra, no he terminado de hacerlo. Pero hoy, que tengo un rato de ordenador, he pensado que es hora de intentarlo de nuevo. Y no, no os voy a contar, al menos de momento, sobre el coral o la fiesta en el templo de un pueblecito de pescadores en Bali, ni sobre las playas blancas con agua turquesa de las islas Gili. Me dejo en el tintero la semana en Kuala Lumpur y los diez días de meditaciòn en el medio de la nada antes de volver a casa. Nada que contar de lo intenso del regreso y del no parar, o la semana en Londres totalmente sin planear. Hoy os quiero contar que estoy de nuevo en el Sur, donde la gente siempre enamora, no importa el país ni el idioma. No importa el color de la piel. El humano se relaja, quizá por el sol, quizá porque está acostumbrado a vivir con menos. No sé. Pero es cierto que, aunque no lo sepan, viven mejor.

Llegué a Lecce un jueves por la noche, hace ya casi dos semanas y aquí sigo. Rodeada de gente increíble, que te invita a cenar a casa, te lleva a tomar una cerveza o a dar una vuelta a un pueblo cercano. Que te acompagna al teatro o te intenta entender cuando inventas una y otra vez un idioma que de primeras parece sencillo, pero que no  lo es tanto.

Gente que vive de manera sencilla, que aprecia la buena cocina, sabe la suerte de tener el pescado fresco cada día, el lujo del tomate de la huerta del papá o la cucina della mamma. Gente que lucha por llegar a fin de mes, que suegna con otra vida en otro lugar, con trabajar la tierra como antes. Que vive en pueblos con historias de invasiones turcas o espagnolas y que aglutina en su manera de ser, de comer y de hablar, todos los siglos de intercambio cultural forzoso. Gente que mira la mar, siempre rodeada de agua cristalina y azul turquesa donde los pescadores hablan en dialecto mientras desenrredan las redes sin prisa. Vignedos y olivos milenarios que se retuercen por la tramontana. Atardeceres carmín. Café. Buen café.

Me quedan algo más de dos semanas en este país, intentando estudiar su idioma y disfrutando del lugar, antes de regresar a casa. Parece que llevo una vida y acabo de llegar.

Espero que estéis disfrutando mucho, allá donde estéis, hagáis lo que hagáis.
Un abrazo a todos desde Italia.

30 de diciembre de 2014

Australia

Gold Coast, Surfers Paradise
Y aquel día 10 de noviembre, tome el avión. Mi corazón no quería dejar Sudamérica y sus gentes. Todavía no había tenido suficiente. Pero tenía un billete comprado para cruzar el Pacífico, así que allí me planté, en el aeropuerto de Santiago, deseando en cierto modo que pasara algo para no marcharme y tener excusa para seguir descubriendo Chile sin prisa, y seguir subiendo hasta, seguramente, volver a Perú, o quién sabe.

10 de noviembre de 2014

Chile


Tren del recuerdo

Interminables planicies donde el viento sopla sin cesar. Gélidos lagos con aguas cristalinas que invitan al baño. Humeantes volcanes de cumbres nevadas que parecen sacados de una pintura divina. Árboles milenarios con cortezas como caparazones de tortugas inmensas. Silencios interrumpidos por el pájaro carpintero o el tero avisando que está cerca su nido. Cóndores volando a la altura de tu cabeza, nubes del color de las frambuesas. El inmenso Pacífico queriendo besar la luna llena, mientras ruge en un intento de invadir la tierra de nuevo. Atardeceres donde los lobos marinos se recortan bramando al sol que se esconde. Pelícanos en formación sobrevolando la casa de Neruda. Estar en la cima del mundo y bajar por la nieve como en un tobogán. Lluvia sobre lluvia para que el musgo pueda ser del tamaño de la mano. Callejuelas llenas de arte que desaparecerá más pronto que tarde. Un cielo verde, azul, morado y violeta, con nubes que parecen peinadas. Viñas hasta donde alcanza la vista. Cabañas llenas de sueños donde todos caben. Olor a leña y eucalipto. Historias de duendes, de pioneros y visionarios. Una hoguera bajo las estrellas con vino chambreado y un cocimiento con lo que queda para pasar el mes, acompañado de una guitarra y una voz. Sudar en el te-mazcal con seis amigos desconocidos a las tantas de la mañana, acompañado de un chiste subido de tono. Un tren de dos vagones acercando a la civilización a pueblos que se vacían. Abuelas cercanas a los 90 cuidando el jardín con un pájaro que anida bajo su tejado como compañía. Lágrimas en sus ojos porque no saben cuándo te volverán a ver. Hermanos que ayudan a recuperar las viñas centenarias quemadas y con ellas un sueño. Y un trago de vino ante alguien feliz por ser la primera vez que un turista le saluda. La historia de un pueblo viviendo dos meses en un cerro por el miedo a bajar y que se les trague el océano después de un terremoto. Sentir un temblor tomando un café mientras la vida sigue. Una canción de la república española con voz de barítono. Un terremoto en la piojera a las dos horas de llegar a la ciudad. Y una espontánea bailando cueca para acompañar a la Sra. Carmen en la parada del tren.  Una cerveza compartida observando cómo enderezar la vía del tren descarrilado a mazazos. Historias de mujeres abandonadas y valientes que crían a sus hijos con la esperanza de llevarlos a la Universidad. Tejer una alfombra reciclada para una familia que perdió todo en un incendio con Francisca y Leonor. El regalo de un pan amasado. Un piropo de los de antes.
Volcán Villarrica desde Parque de Huerquehue

Atardecer en la Lobería, Cobquecura

Y conversaciones. Decenas. Cientos quizá. En cada pueblo, en cada estación, con cada tendero. En la peluquería, en la cola del autobús, sentada en un banco a la sombra. Con Luis, el mapuche que cuenta cómo echaron a Monsanto de su pueblo. Con Jose Luis, el argentino que aprendió a estar en el lado bueno después de estar en el lado malo. Con Hugo, el abuelo que recién se enteró que tiene un hijo de cuarenta años y no sabe qué hacer. Con Carolina que dejó su cómoda vida para luchar por un sueño. Con Marce, que sueña con el viaje regalado por un hijo que será ingeniero. Con gente anónima que pasa a tener nombre e historia. Que da las gracias al chofer al bajar del autobús. Que te desean que te vaya todo lindo al comprar. Que te pregunta de dónde eres a la primera “zeta”. Que te invita a su casa a los cinco minutos de conocerte. Que critica a su propio país por su avance económico pero retroceso social. Gente muy humana, gente de piel. Con un corazón que no les cabe en el pecho. Preocupada porque esa humanidad se está perdiendo, rápido, sin control, haciendo que la balanza se incline por el “tener” antes que por el “ser”.

Así ha sido mi Chile. Me voy con el corazón lleno de gente amable, con tanto aprendido, con nuevos amigos a los que ya estoy echando de menos y ganas de ver a otros a los que me he perdido en este larguísimo país. 
Valparaíso
 En un autobús alguien se despidió con un "disfruta de este día como que fuera el último y di lo que tengas que decir por si no estás mañana". Ojalá disfrutéis de vuestro día así. :)
San Antonio

 

16 de octubre de 2014

El Sur

Suena Desert Rose (Sting), quizá un poco más alto de lo que sería sano para tus oídos. La nieve cae horizontal mientras el sol lucha por salir entre las nubes que galopan con prisa, cambiantes, grises, blancas, azules, negras. Una vallada planicie se extiende infinita, salpicada con riachuelos y lagunas. Las ovejas levantan la cabeza al pasar. Algunas, ya esquiladas, se intentan resguardar detrás de pequeños arbustos retorcidos y ladeados por el viento. Vacas, ñandúes, guanacos, ibis, cóndores, aguiluchos. Todos siguen su actividad como si la nieve no estuviera cayendo, como si el viento no azotara la planicie, seguros de que se va a acabar y volverá a pasar de nuevo a lo largo del día. El agua se torna azul glaciar. Tu piel se eriza cuando al fondo aparecen puntiagudas montañas con afiladas aristas que la nieve va pintando de blanco. Las lágrimas te vienen a los ojos. Eres la persona más afortunada del mundo. Estás ahí, contemplando la naturaleza en estado puro, sintiéndote insignificante, una gota en el océano, mientras el viento golpea el autobus y pasan diminutas casas de madera de colores ante tus ojos, y paradas de autobús sacadas de hace dos siglos, donde un padre espera con sus hijos charlando sin prisa, mientras los caballos aguardan para volver a la estancia, uno de ellos libre del peso de su jinete.

 No importa el frío, ni la nieve, ni qué vas a hacer mañana. Estás. Eres.

8 de octubre de 2014

Argentina

Aterrizo a las seis de la mañana (cuatro de la mañana de mi horario peruano). En el lugar acordado, espero tomando un riquísimo café, bien cargado, mientras veo la gente pasar. "He vuelto a Europa", concluyo. La gente vuelve a ser gris, enfundada en ropa discreta y estándar, andan deprisa, les falta el tiempo.Ya no hay colorines, ni mamis con faldas abullonadas, ni caras curtidas por el sol. Hasta yo he cambiado mi jersey peruano por uno gris que me hace sentir una más.
Cataratas - vista desde la parte brasileña
Un par de horas

5 de septiembre de 2014

Me voy

En unas horas, apenas cinco, dejaré, después de cuatro meses, El Perú, como dicen acá. Me voy sin haber visto el norte, perdiéndome las bodegas de Ica o el oasis de Huancachina. Sin conocer el Amazonas o la selva baja del norte. Me quedan tantas cosas por recorrer que necesitaría una vida para poder disfrutar de este país como se merece.
Sin embargo, me voy con la retina llena de Arequipa, ciudad blanca colonial, cuna de Vargas Llosa, donde la gente es diferente y se respira historia y orgullo. Con tres días de caminata por el Cañón del Colca, 1200 m de desnivel a las 4 y media de la mañana, donde los cóndores casi te tocan y una mami nos ofreció la mejor miel del mundo. Con la vuelta al colegio y la posibilidad de ayudar a alguna niña a que el inglés deje de ser una pesadilla y sea algo interesante. Y descubrir nuevos sitios en el pueblo donde he pasado casi tres meses. Y volver a pasear por las ruinas increíbles del Valle Sagrado, esta vez, acompañada. Y conocer a una burgalesa, vecina, y compartir una botella de vino con ella. Con un viaje por el olvidado centro del país, ese que no aparece en las guías. Y pasar casi 16 horas de viaje para hacer apenas 500 kms. Y quererme quedar en Ayacucho, ciudad que rivaliza con Cusco en belleza, cuna de Sendero Luminoso, donde se me pusieron los pelos como escarpias en el pequeño museo de la memoria ("para que no vuelva a pasar", es su lema). O Huancavelica, ciudad donde la gente mima al turista que se aventura a llegar hasta ella. Con paisajes a casi 5000 m de altitud donde la nieve te rodea y no puedes sino imaginarte lo dura que tiene que ser la vida para la gente que vive en los pueblecitos que salpican el camino. Con el olor del abuelo que comparte taxi contigo, y con su historia. Con alpacas con "pendientes" de lana o lazo, tradición ancestral que se mantiene desde Santiago Apostol hasta finales de agosto y que hace que todos los animales estén "guapos". Con ese paisano que te tira de la manga y te invita a cerveza y a bailar sin parar cuando pasas por su pueblo, compartiendo contigo el último día de celebración de Santiago, fiesta que dura un mes. Y con ese viaje en tren un tren que sale una vez al mes y que es el culpable de que haya seguido esa ruta, y no otra. 
Plaza de Armas, Arequipa
Pero sobre todo me voy con el corazón lleno de personas amables y trabajadorass. Personas que han estado presentes desde que llegué o que me he cruzado por el camino en mercados, cafeterías, autobuses, en la calle, con las que he cambiado cuatro palabras o una larga charla sobre las cosas más insospechadas. Personas que trabajan de sol a sol, de lunes a domingo. Mamis que miran al infinito en medio de la nada, pastoreando a su rebaño o pensando en vete tú a saber qué. Niños a la espalda, en los mercados, con su uniforme y su gorrito para evitar quemaduras bajo el sol ardiente a más de 3000 m de altitud.

15 de agosto de 2014

Lago Titicaca

El sol entra por el ventanal parcheado con cinta adhesiva. Abro los ojos. El cielo es bicolor. Una franja anaranjada separa el agua del cielo. La arena parece azúcar y por ella husmean mamá cerda y seis cerditos peludos. Me levanto y veo por la derecha un ternero que corre alocado colina abajo. Por un momento parece un perro y regresa hasta donde está su madre, que camina despacio. Pablo, el único vecino que hay a pie de playa, tardará un rato en aparecer. Noe y Ainhoa, burgalesa y bilbaína, charlan en el piso de arriba. Comienza el octavo día en la Isla del Sol, que nos ha atrapado sin remedio.