15 de agosto de 2014

Lago Titicaca

El sol entra por el ventanal parcheado con cinta adhesiva. Abro los ojos. El cielo es bicolor. Una franja anaranjada separa el agua del cielo. La arena parece azúcar y por ella husmean mamá cerda y seis cerditos peludos. Me levanto y veo por la derecha un ternero que corre alocado colina abajo. Por un momento parece un perro y regresa hasta donde está su madre, que camina despacio. Pablo, el único vecino que hay a pie de playa, tardará un rato en aparecer. Noe y Ainhoa, burgalesa y bilbaína, charlan en el piso de arriba. Comienza el octavo día en la Isla del Sol, que nos ha atrapado sin remedio.
Quizá no sea la isla, sino el inmenso lago que, a casi cuatro mil metros de altitud, brilla bajo el sol del mediodía, salpicado de islas, barquitas a remos y de algún criadero de truchas. En la casa no hay electricidad, aunque llegó a la isla hace un par de años. El agua viene de un manantial y por primera vez desde que pisé este continente, se puede beber sin hervir. Tenemos cocina a gas y aprovechamos para desayunar contundentemente. Hay hasta cafetera. El día se pasa como el resto: charlando, sin prisa, dando un paseo. Disfrutando de estar, de no oír ruidos de motores, sino cantos de pájaros desconocidos, rebuznos de burros que vienen a pedirte una caricia o mugidos de vacas que esperan en el camino a que las dejes pasar para irse a su casa.


 El lago Titicaca es un lugar especial. En su parte peruana, los turistas llegan a Puno y casi sin tiempo para descubrir la ciudad, embarcan a ver las islas de los Uros, islas flotantes hechas de totora (una especie de junco). Amantaní y Taquile también se pueden visitar. Las comunidades se han puesto de acuerdo para ofrecer alojamiento en sus casas a los turistas que quieran quedarse y rotativamente se los reparten. Te ofrecen alojamiento y pensión completa por unos ocho euros y la experiencia de pasar con ellos una noche. 
Lo llaman turismo vivencial. 
Pero no todo son islas. Los pueblos de alrededor también son interesantes y como pasa siempre que sales de las cuatro cosas que aparecen en todas las guías, mucho más auténticas. Como intentar llegar a Socca en domingo, día de mercado en la más grande Acora. Al llegar al mercado, las mamis venden las marionetas de dedo que han ido tejiendo a lo largo de la semana. Las mujeres solteras de las comunidades apartadas, lucen un gorro de lana multicolor, que se estira hasta casi la altura de la cintura y las bordea la cara haciendo ondas del color del arcoiris. Abuelos arrugados y sin dientes que mascan coca, llevan su bolsita de pan.
Otras mamis venden ojotas (zapatillas de neumático) o tubérculos de nombre impronunciable, totalmente diferentes a los que la zona de Cuzco. Se escucha Aymara, que se me antoja más suave que el Quechua. Y cuando encuentro la combi que me llevará a Socca, me vuelvo a sentir afortunada. Sólo gente local, que me mira asombrada, que pronto me dicen algo y reímos juntos. Y el abuelo arrugado que me hace recordar al mío, que me indica el camino de cómo llegar a esa montaña donde ver una espectacular panorámica del lago. 

Niños que se ruborizan cuando les dirijo la palabra, un perro que me acompaña durante el camino de vuelta, un abuelo con el que comparto una mandarina después de una charleta antes de desandar el camino. Momentos sencillos con gente sencilla que me cuenta cómo van las cosechas, el cambio del clima, o la llegada del tractor a hacer la vida más fácil cuando los jóvenes ya se han ido todos del campo.

Pasar de ocho días en la tranquilidad total de la Isla, a la locura del centro de Lima se me ha hecho cuesta arriba. Pero hay que seguir. Este mes ejerzo de turista, que para eso ha venido mi amigo Joseba. Pero ya estoy echando de menos el estar, el vivir y el compartir que da el no tener prisa y vivir sin saber lo que vas a hacer al día siguiente.

Disfrutad mucho del día.

1 comentario:

  1. ¡Escenas idilicas donde las halla! Paisajes igualmente de fabula... Descripcion novelada de experiencias inolvidables.

    ResponderEliminar

¡Gracias por tu comentario!