El sol entra por el ventanal
parcheado con cinta adhesiva. Abro los ojos. El cielo es bicolor. Una franja
anaranjada separa el agua del cielo. La arena parece azúcar y por ella husmean mamá
cerda y seis cerditos peludos. Me levanto y veo por la derecha un ternero que
corre alocado colina abajo. Por un momento parece un perro y regresa hasta
donde está su madre, que camina despacio. Pablo, el único vecino que hay a pie
de playa, tardará un rato en aparecer. Noe y Ainhoa, burgalesa y bilbaína,
charlan en el piso de arriba. Comienza el octavo día en la Isla del Sol, que
nos ha atrapado sin remedio.