El casco antiguo de la ciudad está rodeado por una muralla de altos torreones, que originalmente tenía tres puertas y en la que hoy se abren unas cuantas más, eso sí, menores. De calles estrechas y empedradas, las casas antiguas con dibujos en la fachada, arcos o ventanas góticas se entremezclan con las que no tienen nada de especial y necesitan una mano de pintura. Es una ciudad de detalles. Las plantas en la calle al girar la esquina, una iglesia del siglo trece impresionantemente alta con dos minots a los que están vistiendo después de su viaje a Polonia, una tienda de cerámica dentro de lo que parece una antigua bodega de techo de ladrillo artesano y madera, ferreterías de las de antes, un taller de forja artesanal… Lo antiguo se mezcla con lo moderno pero con el gusto de las cosas bien hechas.
Los abuelos hablan a los nietos en catalán, y los padres a lo hijos. La gente es amable y cuando a su catalán les contestas en castellano, te responden en tu idioma, aunque a veces se les escape y tengas que volver a preguntar, lo que arreglan con una sonrisa, un lo siento, un de donde vienes, qué lejos, te está gustando, pásate por el museo de las costumbres que es bonito y barato…
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