A cuatro kilómetros de Montblanc, en la ladera de unas montañas, se encuentra Prenafeta, pueblo donde se acaba la carretera (“menos mal”, como dice Ramón, el dueño de la masía donde me encuentro).
La carretera que te acerca sinuosa hasta el pueblo está flanqueada con verdes viñedos. Estamos en la Conca del Barberá, y aquí también se levanta el cierzo por la tarde. El pueblo parece una suerte de casas dispersadas, siempre rodeadas de grandes jardines adornados con pinos, olivos, cipreses. La forma de las casas se adivina entre las ramas dejando ver su color arcilloso, bien por el acabado que las recubre para adornarlas con dibujos florales (como la flor de Lis), bien por la piedra, que hace recordar a la burgalesa por lo claro de su color.
La Mas (masía en catalán, el idioma que aquí hablan todos, seguramente de toda la vida), se encuentra en la falda de la montaña, al final del pueblo. De ella parte el camino hacia el verdadero pueblo, junto a una calzada romana secundaria, con su iglesia románica y sus casas derruidas, que todavía no he ido a ver. También se sube hasta lo más alto, donde se encuentran las ruinas del castillo del pueblo y ondea la bandera catalana. Parece que Ramón se excusa de que allí se encuentre, explicando que la semana pasada fue la fiesta mayor.
No se oyen coches, solo el murmullo del aire y un perro que ladra triste a lo lejos. El atardecer es espectacular. Sobre las montañas, un amarillo que solo se ve junto al mar. Llueve al sur.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Gracias por tu comentario!