11 de marzo de 2012

Francotiradoras

Esta vez el relato, de Lorenzo Silva (vidas.zip), publicado en El Mundo el 2 de marzo. (Gracias Eva)

Un día más, Natalia ve marchar exhausta a sus alumnos. Un día más, ha tratado de enseñarles que el mundo es más ancho y profundo que lo que les muestran las pantallas de sus smartphones, sustituto natural de las videoconsolas portátiles que usaban hasta hace muy poco. Que la vida es algo más que el relato chusco y adelgazado que les llega rebotando como una bola de pinball por los pasadizos de las redes sociales. Que hay más conversaciones a su alcance que las banalidades que se cruzan a través del whatsapp, con la misma inercia con que años atrás vigilaban las evoluciones de sus Pokémon.
Lo último que hace Natalia es culparlos, a sus alumnos, de la atareada y vana distracción que los absorbe. Sabe que no son ellos quienes la organizan, alimentan y abastecen. Son otras mentes más adultas (al menos a juzgar por el tiempo que llevan funcionando) las que programan, distribuyen y mantienen ese tráfico ingente de naderías en que se consumen las energías de tantos jóvenes y mayores, poniendo a su disposición herramientas cada vez más potentes e invasivas, y fatalmente seductoras por el reclamo de su falsa gratuidad. Porque aquello que uno no paga en euros, en este mundo, Natalia no desiste de hacérselo entender a sus chavales, lo paga en otra moneda, que a nada que uno se descuide son jirones de la propia alma.
Con todo, y aunque los sabe ingenuos y manipulables, Natalia siente la necesidad de inculcarles la noción de que uno es responsable de lo que le pasa, incluido lo que otros hacen con él. Cuando les dice esto, muchos la miran como si estuviera chiflada. Pero no todos. Si Natalia continúa en la lucha es porque con los años ha aprendido a distinguir, dentro del grupo, a aquellos que tienen dentro de sí la disposición a no dejarse llevar sin más por la corriente, a creer y soñar que otro mundo, más autónomo y propio, es posible. No son muchos, y a menudo lo tienen difícil, porque no gozan precisamente de la simpatía de los compañeros, mínimo es el aliento que reciben del sistema y aun han de esconder sus cualidades para no padecer la represión de quienes, menos dotados que ellos y conscientes en el fondo de su inferioridad, ejercen su despótico liderazgo sobre el grupo.
Para ellos, para los cuatro o cinco que tiene este año, pero también para sacudir a los otros, los que se regodean en su indiferencia absoluta hacia lo que les cuenta, Natalia ha rescatado hoy la historia de las francotiradoras rusas. Y se la ha contado en toda su crudeza. Natalia Kovshova y María Polivanova, se llamaban. Una disparaba y la otra corregía el tiro. Juntas acabaron con más de 300 soldados alemanes. Para su letal cometido eran mejores que los hombres, entre otras cosas porque respiraban mejor y al ser más pequeñas y ligeras podían esconderse en lugares casi inverosímiles. Las dos murieron en agosto de 1942, en Leningrado. Rodeadas por el enemigo, siguieron disparando y haciéndole bajas hasta que agotaron sus municiones. Cuando los alemanes fueron a apresarlas, se volaron en pedazos con granadas de mano, llevándose por delante a sus captores.
Tras contar el desenlace trágico de las dos francotiradoras, Natalia ha saboreado el silencio sepulcral que reinaba en el aula. Incluso los más obtusos estaban impresionados con la hazaña de aquellas mujeres, cuyas fotos miraban incrédulos. Parecían tan poquita cosa, y sin embargo... Eso ha querido transmitirles: no hay enemigo tan poderoso que no se le pueda plantar cara, y a quien no quepa, aún siendo más débil, hacerle daño.
También ella se siente una francotiradora. Sabe que la mayoría se le escaparán, que su enemigo es mucho más fuerte que ella. Como su tocaya, escoge sus blancos. Y como ella, inflexible, continuará disparando hasta que se le agote la munición.

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