13 de noviembre de 2012

Terminal

Siempre me ha gustado ver a la gente pasar en los aeropuertos. No sé por qué no existe un "pase" o una tarjeta exclusivamente para poder pasear por las terminales. Si viviera en una gran ciudad, tendría una. Sin duda.

Y es que en un mini espacio, abarrotado de tiendas y lugares donde poder comer desde un wrap a una ostra, el viaje nos obliga a convivir durante un rato, a gente de todos los colores, estatus, religiíon y condición. Turbantes, sharis, pañuelos, extrabagantes sombreros, corbatas, chandals, botas de montañas, zapatos de colección, niños, abuelos, gente viajando sola, con amigos, en familia, por negocios, por placer. Podría estar horas imaginando cada una de las historias. De dónde vienen, a dónde van, qué hacen en su día a día. Cada uno con su vida a cuestas, con sus alegrías y sus penas, con sus prisas, mentiras y sueños.

La mujer de rojo que corre con su café de starbucks en busca de un champú de última hora; el niño indio encorbatado y su madre en shari, sonriendo a dos nórdicas señoras que le saludan agitando la mano; una pareja con sus cuatro hijos, buscando un sitio para todos; un imponente vestido blanco atado a un pañuelo del mismo color que cae desde la cabeza y que invita a preguntar a la mujer de qué país africano es; pantalones de cuadros con cascos a juego y el móvil pegado a la mano; un enanito en pijama arrastrando una maleta de colores más grande que él; una gran barba larga que recuerda a un famoso terrorista. Parejas de recién casados, amigos de cervezas, ejecutivos que no saben dejar de correr, tatuajes tribales, bolsas de Burberry para la novia entrando en boots a comprar un sandwich a precio de coste.

Todos bajo el mismo techo, esperando al próximo avión. Las horas se hacen minutos. Y de fondo, mi música favorita. ¿Qué más puedo pedir?

2 comentarios:

¡Gracias por tu comentario!