La iglesia impresiona por su retablo de alabastro y sorprende por sus arcos a ambos lados de la nave central, donde descansan los restos de los reyes de la corona aragonesa… desde Jaime primero el conquistador en adelante.. en total, 9 reyes y 6 reinas que actualmente se reparten en varias cajas todos mezclados después del saqueo en búsqueda de riquezas una vez comenzado el abandono.
Una hora, que se me antoja escasa, con toda la historia que tiene que tener el monumento y la vida que había en él, y ganas de conocer a alguien de dentro para poder ver el resto, que tiene que ser inmenso e igualmente interesante.
Al salir, empiezan a llegar hordas de gente. Oigo hablar inglés, francés, catalán.
De vuelta, aprovecho para parar en Estplugas de Francolí. Aparco justo junto al mercadillo de ropa, zapatos y fruta. La gente toma el café de la mañana. Hay mucho movimiento en las calles. Doy un paseo, dejándome llevar y una señora con el carro de la compra se para, y me hace notar, o eso entiendo, porque habla catalán, claro, las cuestas tan empinadas que tiene el pueblo. Le digo que es cierto y que se lo tome con calma y me acaba contando que es de Almería, que le baja a la hija el pan todos los días y que a su marido en casa le habla en castellano, aunque la dice que no la entiende y ella le responde que la da lo mismo. Lo cuento, porque a la paisana la costaba hablar el castellano, lo que me ha hecho pensar cómo nos gusta “fastidiar” a quien tenemos al lado. O mantener la broma de algo muchos años, para no perder la complicidad. No entro a ver las cuevas, ni el museo del vino. Decido volver a Prenafeta a aprovechar un rayo de sol y echarme una siestecilla para a las 16, bajar donde Ramón a ver su museo del vino particular.
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